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Fabiana Araujo La conductora de televisión y su lucha contra el cáncer. Encontró el tumor de casualidad, cuando notó una dureza en su mama derecha. Enseguida fue a una guardia, pero la médica de turno le dijo que no era nada. Sin embargo, ella decidió insistir y luego de otros estudios más profundos llegó el diagnóstico. La detección temprana y su enorme energía para encarar el proceso médico le jugaron a favor. Hoy continúa en tratamiento y apuesta a disfrutar del amor de su familia y del trabajo. “Lo peor ya pasó”. Fabiana Araujo recibe a Para Ti en el living de su casa de Palermo, para contar cómo vivió el diagnóstico de cáncer de mama y de qué manera enfrenta ahora el tratamiento. Carcinoma ductal infiltrante”, decía el informe médico y ella, lejos de hacerse la desentendida, quiso conocer los detalles. Así se enteró de que ese bulto casi imperceptible que había descubierto casualmente en su pecho derecho era un tumor maligno. Fabiana Araujo (45) exmodelo y conductora del programa Donna Moda, bella e inteligente, nunca había imaginado que eso podía pasarle. Aunque asegura que después de palparse aquella dureza se sintió vulnerable al cáncer por primera vez. “Me estaba poniendo protector solar cuando sentí algo raro. Conozco mi cuerpo, sabía que eso no estaba ahí antes. Se trataba de una textura rugosa, del tamaño de una lenteja”, narra la protagonista de esta historia, instalada en el living de su casa. Era marzo y el sol brillaba más cálido que de costumbre. Fabiana pensó que lo mejor era ir al médico y despejar dudas; entonces acudió a una guardia. “Me había hecho la mamografía anual en diciembre, junto con una ecografía mamaria. Todo había dado normal. La médica que me atendió me dijo que no me preocupara, que podía ser el borde de la prótesis de silicona. Me acuerdo que dijo: ‘Con lo de Patricia Miccio están todas como locas’. Pero por suerte tuvo la precaución de mandarme a repetir los estudios”. Fue entonces que recibió la dura noticia. “Lo primero que hice al enterarme fue llamar a mi marido por teléfono. El atendió y comenzó a quejarse porque le habían llegado unas multas. Y yo, en crudo, le tiré: ‘Bueno, yo estoy bastante peor’, contándole lo que pasaba. Quedó mudo, pobre”, recuerda la mujer del empresario Marcelo Araujo (59), su pareja hace 21 años y con quien comparte el amor y la vida junto a los tres hijos de él. Sin hijos biológicos en común, ambos disfrutan de Balín, el gato balinés de seis años que se pasea, cual amo y señor, por toda la casa. “Hoy fui a la simulación de los rayos, una especie de ensayo para comenzar la semana que viene con la terapia. Te miden para elegir los puntos de tu cuerpo en los que el proceso resultará menos invasivo. Te sentís en la NASA”, detalla a pura garra esta mujer.
¿Por qué no elegiste quedarte con el primer diagnóstico que decía que estaba todo bien? La negación siempre es una tentación… Pero por alguna razón no estaba tranquila. Creo que hay que evitar que la rutina y las preocupaciones nos impidan escuchar el lenguaje de nuestro cuerpo.
¿Cómo siguió el proceso? Me hicieron la mamografía y todo bien. Después pasé al ecógrafo, y efectivamente había algo. La imagen determinó que se trataba de un punto dudoso, que denominaron de “baja sospecha de malignidad”. Con ese resultado fui a mi médico y me recomendó hacer una punción. Ahí se me encendió el alerta.
¿Qué pasaba por tu cabeza? Como el resultado iba a estar recién en dos semanas, la ansiedad me jugó en contra. Casi todos los días pasaba por el hospital para ver si ya estaba el resultado. Cuando finalmente me lo dieron leí lo que decía: “Células atípicas”. La cabeza me empezó a dar vueltas y mis pensamientos se alternaban: desde que no iba a ser nada, hasta que me iba a morir rápidamente. Le recé a todos los santos.
¿Sospechabas que podía ser cáncer? No sé por qué, pero presumía que sí. Me había preparado para escuchar lo peor. La espera y la cara de los médicos hacen que ya vayas percibiendo algo. Me dijeron que había que operar y sacar no sólo la lesión, sino también el margen de seguridad, que es el tejido sano ubicado alrededor del tumor. Y también el ganglio centinela, el más cercano, el filtro para saber si hubo o no metástasis. Por suerte la biopsia de ese primer ganglio dio que no se había extendido.
¿A quién le contabas lo que sentías? A mi mamá tardé en decírselo, porque vive en Santa Fe y es una señora grande que está muy inestable emocionalmente. No quería ponerla mal, pero cuando el panorama fue más claro se lo conté. Lo charlé mayormente con mi marido, con mis amigos, con mi hermana mayor.
¿Cómo fue tratar con los médicos? Hay que entenderlos, ellos están todo el día en contacto con el tema. Para uno, en cambio, es lo extraordinario. Por eso hay que pedirles paciencia. A mí me decían que no era nada, por ejemplo, y entendí que querían dejar en claro que de eso no me iba a morir, sino que se trataba de algo curable. Me operó el doctor Jorge Gori, del Hospital Alemán y enseguida derribó el mito de que la cirugía es una mutilación. Hoy todas las intervenciones se hacen con criterio estético.
¿Importa la imagen en un momento así? Para una mujer verse bien es parte de la feminidad y de una buena calidad de vida. Es fuerte imaginarse sin una lola, pelada, sin cejas ni pestañas. Además yo trabajo con mi imagen. Cuando tuve el diagnóstico me fui a ver pelucas, porque no quería tener que salir corriendo a elegir una o resignarme a usar pañuelo. ¡Ya tenía una elegida de pelo natural! No era para que la gente no supiera por lo que estaba atravesando, sino para verme mejor. Por suerte no perdí el pelo porque no me estoy haciendo quimio.
¿Por qué decidiste contarlo? Para alentar a otras mujeres a mirar su propio cuerpo, a escucharlo. Y además porque cuando empezó todo esto, aparecían titulares catastróficos sobre mi salud, y entonces quise que la gente viera que estoy muy bien.
¿Había antecedentes en tu familia? Ninguno, además no fumo, ni tomo, tampoco hago vida sedentaria, me alimento saludablemente. Por suerte lo peor ya pasó. Si le busco una explicación metafísica, creo que me tocó atravesar esta experiencia por algo.
¿Cómo jugó el hecho de tener prótesis mamarias? Como las tengo detrás del músculo, la glándula estaba libre y no hubo que removerlas. Eso alivianó el trabajo. Mi recomendación es que todas aquellas mujeres que estén pensando en aumentar su busto, se hagan colocar las prótesis de esa manera: permite mejor visibilidad en los controles.
¿Por qué en tu caso no hay que hacer quimioterapia? Por el tipo de tumor y la condiciones generales. Hay más de sesenta tipos de cáncer y en mi caso se decidió por la radioterapia y la hormonoterapia. Los médicos deciden qué es necesario en cada caso. Eso no quiere decir que el día de mañana no deba hacerme quimio.
¿En algún momento te acobardaste? No, siempre me preparé para afrontar lo peor de la mejor manera posible. Quería saber, aunque decidí no buscar información en Internet para evitarme sufrimientos innecesarios. Decidí confiar en los médicos y en mí misma.
¿Qué te queda de esta experiencia? Aprendí a ser paciente, esperar, entregarme y a no querer controlar todo.
¿Te enojaste? Nunca, aparte no sabría con quién. ¿Con Dios? ¿Conmigo? Claro que no es lo mejor que te puede pasar, y de haber podido no lo hubiera elegido. Pero sé que mi situación es bastante buena comparada con otras.
¿Te hizo bien que se supiera? Sí, porque no sé mentir. Sin embargo sé que la palabra cáncer asusta. Todos conocemos gente que lo tuvo y le fue bien o no. En mi caso, abrirme y contarlo fue liberador y el primer paso hacia la curación.
¿Estás llevando adelante otras terapias? Me analizo desde hace años, así que reforzamos eso. Lo que hice fue volver lo antes posible a la vida normal. Me operaron un jueves, al día siguiente a la tarde fui a la peluquería, y a los dos días al supermercado. Puede parecer un delirio, pero necesitaba sentirme fuerte. Quería seguir adelante con mi vida.
¿Cómo sigue la historia? Cuando termine con los rayos me iré a la playa. Y después a ponerle pilas con los controles médicos. A partir de ahí no sé, por suerte la vida es impredecible, ¿no? |